Desde los albores de la civilización, allá por el Antiguo Egipto hasta los sofisticados tratamientos de los Spas Capilares pasando por las largas sesiones de peluquería de nuestras abuelas, la higiene y porqué no decirlo, la moda capilar, han sido dos grandes obsesiones de todas las civilizaciones. Convertido el pelo en un marcador de clase, humanos de todas las religiones han hecho de lavarse el pelo un arte más o menos venerado.
Lavarse el pelo con un champú líquido. Es un acto mundano y muy común entre la mayoría de las personas a día de hoy. Un gesto tan común y tan frecuente, que no tiene más de un siglo de historia. Sin embargo para que puedas realizar ese acto tan mundano han tenido que ocurrir varios acontecimientos no tan mundanos.
Como el hecho de que alguien ha decidido que las casas necesitaban una ducha. Que se inventara el cosmético y que la sociedad aceptara que llevar el cabello limpio es mucho más aceptable que lo contrario.
Para matizar aún más este acto que hasta ahora considerabas tan mundano. Debemos tener en cuenta que no es lo mismo lavarse el pelo en vertical, reclinada o en horizontal. Incluso cambia todo el proceso el hecho de lavarlo nosotras mismas o que nos lo laven. Véase el vídeo a continuación.
Lavarse el pelo, ese acto mundano y ancestral, tiene más historia, simbología y paradojas de lo que has pensado jamás. No tiene origen femenino, ni champú es un anglicismo, ni tampoco necesitas ese cosmético para mantener tu melena siempre limpia; ni siquiera es necesario que la laves! Y ahí están los champús secos para confirmarlo.
La expresión lavarse la cabeza se ha popularizado como nombre para este ritual, pero no es sino hasta tiempos relativamente recientes cuando hemos descubierto que lo que realmente importa es lavar el cuero cabelludo. Nuestras madres y abuelas, lavaban el pelo, porque desconocían que el cuero cabelludo es piel y por lo tanto es extremadamente importante para la salud y belleza de tu pelo.
Lavando el pelo a lo largo de la historia.
Comencemos por el principio: en el Antiguo Egipto. En aquellos tiempos, se utilizaba saponaria para limpiar la melena. Esta hierba era muy conocida por sus propiedades antibacterianas. El champú de la época, llevaba además como ingredientes, agua con limón. Como acondicionador, nada mejor que los aceites de oliva, almendra e incluso animales que funcionaban como lo que hoy conocemos como mascarillas.
Las pelucas, ya eran muy comunes, y protegían de la suciedad y los insectos, y constituían una verdadera herramienta de comunicación, al igual que hoy en día.
Ya en el año 2.000 A.C. Se preocupaban por el pelo igual o más que en nuestros tiempos: en el Brooklyn Museum existe un relieve de la época en el que se puede apreciar a una persona peinando a Nefertiti. Donde se puede ver con claridad que la cara de satisfacción de la reina es la misma que vemos hoy en cualquier peluquería.
Los antiguos griegos, utilizaban aceite de oliva como acondicionador, uniéndolo con una mezcla de agua hervida y flores lo aplicaban al cabello mientras lo masajeaban. De esa época datan las primeras barberías, que eran espacios de reunión, costumbre adoptada también por la Antigua Roma.
En aquella época, el cuidado del cabello en los hombres era un acto social, mientras que en las mujeres era un ritual privado. Aún faltaban un par de miles de años para que esta costumbre diera completamente la vuelta.
La edad Media: el nacimiento de los peinados.
Durante toda la Edad Media, el cabello se mantenía tapado. Esto no implicaba que no se pudiera cuidar. Se intentaba mantener limpio utilizando técnicas indirectas como por ejemplo los peinados. Métodos que hoy en día siguen funcionando. Las trenzas tirantes y recogidos propios de la época ayudaban mucho y además todo el conjunto se cubría con un velo.
Esto no es muy diferente de la higiene de pelo afro, que por sus características permite espaciar más los lavados.
Los peinados en la época victoriana.
A estas alturas probablemente estés dándole vueltas a una de las primeras afirmaciones que hemos hecho al comienzo del artículo, aquella que decía que champú no es una palabra con origen inglés. Bien, hay que remontarse hasta los iempos de la India ocupada por Gran Bretaña; allí se originó la palabra en cuestión. Los británicos vieron cómo los nativos utilizaban un emplasto con frutos procedentes de los Sapindus para lavar el cabello.
Estos tienen la misma propiedad que los jabones, son tensoactivos. Hirviéndolos con grosella espinosa india seca o amla, obtenían un extracto que colaban para utilizarlo en su higiene capilar; al ver su efectividad, los británicos no dudaron en copiar el proceso. A lo largo del cual se utilizaba la palabra chāmpo que en indi significa presionar, o «amasar los músculos», o «masajear» y es lo que hacían antes de aplicar el ungüento.
En las mejores peluquerías de hoy día, se realiza un masaje de cuero cabelludo antes del lavado en sí. La palabra inglesa shampoo es una adaptación al inglés del chāmpo indio. Y fue el bengalí Sake Dean Mahomed quien en 1814 abrió un centro de masaje capilar masculino en Brighton al que acudía el propio monarca Jorge IV quien la acuñó.
En 1805, unos pocos años antes, se inauguraba en Londres Truefitt & HillI la cual se considera la primera peluquería, tal como hoy concebimos una, del mundo. Eso si, sólo para gentlemen.
La regla de los 100 cepillados
El cuidado del cabello, seguía siendo más público en el caso de los hombres que en las mujeres, donde el ritual era más casero y con un componente social muy diferente. Después de todo, ese era su territorio. Ellas lo limpiaban en privado. Para ello usaban el cepillado. Un sistema que elimina el polvo y permite distribuir mejor los aceites además de airear la melena.
Esa regla no escrita de los 100 cepillados, que surge en la época victoriana exigía tiempo, y como ahora, las clases altas eran quienes más gozaban de ese privilegio. Desde esos tiempos, mantener el pelo limpio ha sido una marca de clase vinculada a la belleza. Aunque hoy en día cien peinados pueden resultar algo excesivos, si que cepillarse el pelo con cierta regularidad es una muy adecuada herramienta para espaciar lavados.
El surgimiento del champú.
No fue hasta 1898 cuando un químico alemán de nombre conocido: Hans Schwarzkopf inventó unos polvos con aroma a violeta a los que bautizó como Shaumpon. Estos polvos se mezclaban con agua y se aplicaban sobre el cabello. Con la palabra en el aire, el New York Times publicaba un artículo el 10 de mayor de 1908 titulado «How to shampoo the hair» cuya recomendación era una vez cada 15 días.
Unos años más tarde, en 1927 se formularía el primer champú líquido. Aunque aún le faltaban décadas para configurarse como ese cosmético con el que nos lavamos hoy en día, al menos tenía el propósito de hacer más fácil el lavado en nuestros hogares. El primer producto con sufractantes sintéticos, mucho menos agresivos que el detergente de sus predecesores, se llamaba Drene y fue lanzado por Procter & Gamble en 1930, otra marca bastante conocida.
Podemos considerar esta década como el inicio de la carrera del champú: la industria había detectado el nicho de mercado y a partir de ese momento, las innovaciones se seguirían produciendo hasta nuestros días.
Así las cosas, lo único que necesitaba la población era agua corriente… en sus casas! Un nimio detalle pero que no surgiría hasta los años cincuenta en nuestro país. En el momento en que los grifos llegaron a nuestras vidas, lavarse el pelo en casa era mucho más sencillo. Primero se utilizaron los barreños de agua, más tarde les seguiría el lavabo y en los años ochenta, por fin, la ducha.
Lavarse el pelo en nuestros días.
La industria cosmética ha complicado las formulaciones de los champús hasta hacerlos incluso insalubres, como hemos visto en muchos artículos de nuestra web como este, donde hablamos de los principales químicos nocivos.
Hoy en día lavarse el pelo en casa no es fácil: el catálogo de prechampús, mascarillas, acondicionadores y todo tipo de accesorios para distribuirlo mejor en las aplicaciones, los productos de acabado que dejan el cuero cabelludo reluciente y nutrido, así como los serums, o los aceites diurnos y nocturnos. Protectores térmicos para todas las estaciones y ocasiones. El abanico de productos es prácticamente infinito.
Con esta saturación de productos en el mercado, lavarse el pelo en casa es cada vez una tarea más complicada: ¿lo hacemos con los productos adecuados? Es fácil caer en la trampa de la industria y creer a pies juntos que este o aquel producto mejorará considerablemente las propiedades del que ya tenemos.
La conclusión es que tras siglos haciéndolo casi a diario, nos falta por perfeccionar el noble arte de lavarnos el pelo en casa. Y es que muchas personas aún se lavan el pelo aplicando el champú sobre el cabello, cuando en realidad deberías aplicarlo, frotarlo y extenderlo en el cuero cabelludo, dejando que desde ahí llegue hasta el cabello.
Otro equívoco es aplicar el producto directamente en nuestra cabeza: para aplicar correctamente tu champú debes echar una pequeña cantidad en la mano e ir distribuyéndolo por todo tu cuero cabelludo de forma uniforme antes de comenzar a frotar y por supuesto masajear.
Lo más importante, es el aclarado, evitando dejar residuos que a veces pueden provocar la aparición de la caspa o descamación.
El futuro de la cosmética de champús
Sin duda el futuro será muy similar al presente, pero indiscutiblemente más caro. En la actualidad, algunas marcas intentan que nos lavemos el pelo con jabón sólido, igual que hacían nuestras abuelas o usando aceites en lugar de champús con espuma.
Sin embargo la industria aboga por unir la naturaleza y los ingredientes naturales con la tecnología buscando aunar resultados y placer. Y es que apenas quedan champús que tengan ese nombre a secas en el envase, todos tienen su correspondiente apellido, para pelo graso, teñido, exofliante…
La jerga del skincare contagia sin remedio al cuidado del cabello. Pero el mayor desafío para el futuro será conseguir ahorrar agua y sobre todo: tiempo.
sda